“Uno por uno, los logros de una vida, todo desapareció. Mi Nikon D60, se fué. Mi Yashica, una cámara japonesa original y muchos objetos que apreciaba ya no están. Se suponía que esta cámara y una vieja de cámara de video serían las últimas cosas en irse pero no pude convencerme en venderlas”.
La vida fue bastante buena para el fotógrafo de bodas del sur de Mosul hasta mediados del verano de 2014, cuando una ofensiva de seis días de ISIS contra el ejército iraquí resultó en la toma de la histórica ciudad a orillas del río Tigris, a 400 kilómetros al norte de Bagdad.
"Antes de esta nueva generación de cámaras digitales llegara al mercado, en el pasado, compré esta cámara compacta y la tarjeta de memoria por 300 dólares estadounidenses", dice Moafaq, sosteniendo una Sony Cybershot maltratada, su única cámara fija de lo que alguna vez fue una colección impresionante.
"Utilicé esta cámara para la primera fiesta de bodas y valió la pena. A la gente realmente le gustaron los resultados". Su pequeño negocio de filmación y fotografía de bodas y otros momentos felices se desvaneció ante la brutal ocupación de ISIS cuando se prohibió cualquier tipo de fotografía. La vida se volvió cada vez más difícil, escapar, era casi imposible para aquellos quienes eligieron quedarse como Moafaq con su esposa y cuatro hijos en el vecindario de Tal Abta.
Cuando el ejército iraquí anunció planes para una operación masiva para recuperar la ciudad que una vez fue el hogar de 1,8 millones de personas, Moafaq y decenas de miles de personas atrapadas en Mosul comenzaron una frenética carrera para abastecerse de la comida y el agua que necesitarían para sobrevivir el asedio. En un momento de desesperación, comenzó a vender todo lo que tenía, incluidas sus queridas cámaras.
A medida que la batalla se desarrollaba, Moafaq finalmente decidió arriesgarse y huir. "Salimos de nuestra casa el 26 de noviembre de 2017, una fecha que nunca olvidaré". Su esposa colocó primero las cámaras restantes en el auto, metidas debajo del asiento del conductor para que no fueran olvidadas. "Ella dijo, 'mantenlos, tal vez algún día las cosas vuelvan a la normalidad y puedas comenzar de nuevo con eso hasta que puedas costear algo mejor". La familia caminó tres kilómetros hacia un valle que los lugareños llamaron Al Wadi en un esfuerzo por evitar los enfrentamientos y el fuego cruzado, donde sobrevivieron durante el mes siguiente, antes de llegar a un campamento para desplazados internos en Qayara, a 60 km de Mosul, en enero de 2018.
Cuando llegaron al campamento por primera vez estaban en quiebra. En un momento dado, las circunstancias eran tan extremas que Moafaq pensó en vender sus cámaras finales para llegar a fin de mes. Su esposa inmediatamente rechazó la idea, vendiendo sus aretes de oro en su lugar.
“Esta cámara lleva muchos recuerdos. La usé para tomar fotos de mis hijos en casa. Solíamos ir al norte para hacer un picnic y estas cámaras siempre estaban con nosotros. Tomamos fotos y grabaciones de video que aún conservo como recuerdos", dice. Moafaq y su familia permanecen en el campamento de desplazados internos junto con otros 35.000 que planeando el día en que pueden regresar a sus hogares y reiniciar su negocio capturando los placeres más simples de la vida.