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En la primavera de 2014, la vida de Vlada desbordaba de esperanza. Tenía 13 años, las vacaciones de verano estaban cerca y acababa de conocer a su primer amor, Nikita, su compañero de clase un par de años mayor que ella. En la tercera semana de su relación, Vlada cumplía años, y Nikita le regaló una vaca de juguete. Un par de días después, estalló el conflicto en la zona este de Ucrania. 

Vlada y sus padres tuvieron que irse de su ciudad natal, Horlivka. El padre de Vlada llevó consigo solamente ropa de abrigo. Vlada y su madre pensaron que volverían pronto a su hogar de modo que su equipaje fue muy liviano. Entre las pocas cosas que Vlada llevó consigo, estaba el regalo de Nikita. 

“Me llevé la vaca conmigo y dormí con ella por bastante tiempo. Pienso que durante un largo período la asociaba con la estabilidad, la armonía y la autonomía que teníamos antes del desplazamiento”.  

Primero se quedaron en la casa de verano de sus amigos en el norte de Ucrania. Cuando el otoño se acercaba, se hizo obvio que debían encontrar una escuela para Vlada ya que no era posible retornar a Horlivka. Los padres de Vlada, ambos doctores, encontraron trabajo en un hospital público en Kiev, la capital de Ucrania.  

Como los trabajadores sanitarios en Ucrania no tienen buenos salarios, la madre de Vlada, Victoria, mientras duró su desplazamiento nunca pudo darse el lujo de tener menos de cuatro trabajos.  

“Durante un año padecimos una depresión severa”, dice Victoria. “Cuando estás transitando los 40, uno ya está acostumbrado a tener el control de su vida. Y de repente, te encuentras en una situación en la que no sabes que ocurrirá contigo al día siguiente, en un mes o en un año. Es como si alguien te hubiera robado el presente y el futuro. Fue extremadamente complicado. Nos negamos a creer que no regresaríamos pronto a casa. Encontramos diferentes explicaciones y excusas, como por ej. ‘es una especie de capacitación en el lugar de trabajo en la capital’. Nos llevó bastante tiempo adaptarnos a la nueva realidad”. 

La nueva escuela no fue fácil para Vlada puesto que ella tenía que aprender rápidamente alemán como lengua extranjera y encontrar puntos en común con sus nuevos compañeros. Siguió en contacto con sus amigos de Horlivka, muchos de los cuales se mudaron a otras ciudades de Ucrania.  

“Pero en un año o un poco más, todos cambiamos, comenzamos nuestra nueva vida y la comunicación (fue) interrumpida”, sostiene Vlada. Siguió en contacto con Nikita. Se había mudado con parientes en Crimea, que en ese entonces había sido anexada por la Federación de Rusia. Incluso estaban discutiendo la posibilidad de inscribirse en una universidad con Vlada y sus padres, pensando en conjunto lo que sería mejor para él. Pero eventualmente, Nikita regresó a su casa y se inscribió en un colegio militar en Donetsk, el centro de la auto-proclamada “República Popular de Donetsk”. 

“Fue doloroso. Fue una pérdida más. Y ahí fue cuando la vaca volvió a ser…simplemente una vaca”, dice Vlada. 

Ella se graduó exitosamente en la escuela y al momento de la publicación de este texto acababa de inscribirse en una Universidad en Kiev para estudiar marketing.