Una madre en duelo se aferra al recuerdo que un preso hizo en memoria a su hijo

Por muchos años, Martha ha vivido en el departamento de Nariño, en el suroeste de Colombia, cerca de la frontera con Ecuador.  Cuando hombres armados tomaron el control del municipio y asesinaron a ocho miembros de su familia, debió huir abandonando su hogar en el vecino Putumayo.

Sentada en la sala de su modesto, aunque cómodo apartamento, vuelve a contar su periplo, la muerte de su hijo y la búsqueda de justicia.

El 21 de agosto de 2001, salió por última vez de la escuela, que ella había fundado. En ese entonces, Martha de 45 años, era madre de siete hijos y junto a su esposo sintió que estaban siendo seguidos por desconocidos y que corrían peligro. Lograron alejarse, pero estaba claro que su acción como líder de la comunidad había llamado la atención de las personas que terminarían haciéndoles daño. Ella y su familia estaban a punto de ser arrastrados por la imprevisible violencia de la época.

"Un día llegando a mi casa, mi hijo atemorizado y pálido me dijo: “Mamá, llegaron los paramilitares.  Dijeron: "Dígales a sus padres que volveremos más tarde". Los grupos armados ya habían matado a muchas personas allí. Los desmembraron, los arrojaron al río ... sabíamos lo que nos esperaba ".

Inmediatamente huyeron de la ciudad. 

Vivir en la calle, en lugares desconocidos teniendo tantas bocas que alimentar resultó muy difícil para la pareja. En 2003, Martha se había resignado a regresar sola a Putumayo.  Los paramilitares la esperaban, el mismo día que regresó la secuestraron y estuvo desaparecida cuatro días.

Una vez más, su hijo mayor, en ese momento de 25 años, tuvo un rol esencial que probablemente le salvó la vida. Recolectó información y trabajó con un amigo policía para lograr identificar el lugar donde estaba detenida. Martha fue rescatada, pero el incidente no fue olvidado. Poco tiempo después, los secuestradores que hacían parte de los Paramilitares se vengaron y ordenaron asesinar al joven.
 
"Quise morirme, había perdido a mi hijo mayor, el que siempre estaba ahí para mí, el que era como un padre para mis otros hijos", dice Martha, 17 años después. "Juré ante el cuerpo de mi hijo que no descansaría ni un día, ni un minuto, hasta que descubriera quién lo mató".

Ella comenzó a “buscar” al asesino armada solamente con su dolor de madre y con la cámara y la grabadora que su hijo había planeado usar una vez comenzados sus estudios de medicina en una universidad en Ecuador. Cuatro meses después, ella identificó a la persona responsable y lo entregó a las autoridades.


“Se hizo justicia. No en su totalidad, pero al menos un poco de justicia, y esto minimizó mi dolor ", recuerda.

Más tarde, como parte de sus esfuerzos por reponerse, Martha visitó la prisión de Mocoa donde el delincuente estaba cumpliendo su sentencia. El prisionero de la celda contigua tejía tranquilamente y escuchaba el intercambio entre la madre y el homicida de su hijo. Él escuchó su excusa: "Estaba cumpliendo órdenes", también el dolor de ella al sentir la ausencia de remordimiento.

“Él escuchó mi pena. Me dijo que iba a tejer una hamaca con el nombre de mi hijo, Edwin, en su honor".

“La guardo en una pequeña bolsa junto con la camisa que llevaba mi hijo cuando lo mataron, la cámara y la grabadora. Donde quiera que voy, siempre los llevo conmigo ".

Edwin no fue la única víctima en la familia de Martha; otras siete personas fueron asesinados o hicieron desaparecer a lo largo de los años.

"Cuando miro hacia atrás, veo que cómo víctimas de desplazamiento forzado, no contamos con el apoyo que (otras personas desplazadas) tienen hoy día", dice Martha.  “Nunca recibimos un tratamiento psicológico que nos hubiera ayudado a menguar nuestro dolor y acompañar el duelo. Tuvimos que curarnos por nuestra cuenta. Hoy, muchas organizaciones han reconocido nuestro sufrimiento y están ayudando a las víctimas a superar parte de ese dolor".

Con el tiempo y con la asistencia de los programas de la OIM para víctimas de la violencia, financiados por USAID, Martha se ha convertido en una portavoz elocuente para las demás víctimas. Su hijo, vivo en las pertenencias que lleva con ella, nunca está lejos de sus pensamientos.

“Veo a mi hijo en estos objetos; ellos representan su memoria. El tiempo pasa, pero su memoria sigue viva conmigo todos los días. Y dice: “Cada día lo siento como el primer día que lo perdí". "Al contar mi historia y la historia de otras mujeres que sufrieron esta misma tragedia, me estoy volviendo más resiliente frente a ese dolor que he sufrido".