“Honestamente, el desplazamiento me afecta mucho porque me ha arruinado la vida”. Oza Modu habla acerca la vida que esperaba construir con su joven esposa, Rabi, con quien se casó hace tres años. “Después de casarnos, ni siquiera estuvimos dos o tres meses [como recién casados] antes de ser desplazados,” explica Oza. Boko Haram atacó su aldea en Baga en el noroeste de Nigeria cerca del lago Chad. Él recuerda el “pop, pop, pop, pop, pop” de los disparos mientras el grupo descendía sobre lo que alguna vez fue un grupo de pueblos y aldeas pacíficas mientras, “tendían los cuerpos en el suelo.”

Los recién casados y antiguos vecinos huyeron juntos al amanecer. “Cuando comencé a correr noté mi error, recordé el suéter [colgando en mi habitación]. Lo único que pensé fue en tomar mi suéter en caso de que tuviera frio. Después de ponérmelo, tome mi teléfono y mi linterna. Esa fue la única oportunidad que tuve para llevarme algo de casa”, dice sobre el momento de pánico cuando huyeron.

Esa fue la primera vez. Oza, de 28 años, ha sido desplazado dos veces en el transcurso de 3 años y ha escapado por poco de Boko Haram en cuatro ocasiones diferentes. “Estaban siempre detrás de nosotros”, dice Oza cuando recuerda mudarse de una aldea a otra en búsqueda de seguridad, y caminar por horas sin comida ni agua.

“Algunos pueblos aparentan ser tranquilos y seguros, y el próximo día, Boko Haram lo atacaría”, dice él. A lo largo de su lucha por seguridad, Oza ha confiado en sus instintos; una vez optó por dormir en un bosque fresco y húmedo junto a la orilla de un río, en vez de usar un lugar dentro de un pueblo cercano. Horas después, esa aldea también cayó víctima del grupo armado.

“Estoy feliz de que Dios me mantiene con vida,” Afirma Oza cuando habla de una sus tantas experiencias cercanas al peligro. Él y Rabi caminaron por seis días, tomaron descansos para esconderse en los bosques para evadir la presencia de Boko Haram, para alcanzar una relativa seguridad en Maiduguri, la capital del estado de Borno, cerca de 200km sur de su pueblo natal.

Un mes después, Oza retornó brevemente a su pueblo natal, y tuvo que huir por una segunda vez a Maidaguri donde se reencontró con Rabi, ante más ataques del grupo armado, Boko Haram.

Esta joven pareja venció las probabilidades, pero el desplazamiento les ha interrumpido sus vidas. “Ha destruido muchos de los planes que tenía para mi vida. En mi mente, había planeado los estudios de mi esposa. Ya casi completa sus estudios secundarios. Si comienzo a ganar un [buen] salario, juro, hasta se lo prometí a ella, que le pagaré para que entre a la escuela de salud [en Maiduguri] para que pueda estudiar y convertirse en doctora. Se ayudará a ella misma y a todos nosotros. Si no fuese por nuestro desplazamiento, juro, que en este momento ya estaría graduada.”

“Yo estudié ciencia en el colegio…porque era el sueño de mi padre de que nosotros fuéramos doctores. Por eso nos puso en clase de ciencias. Estudiamos y estudiamos, pero luego nuestro padre murió. No tuvimos la oportunidad de completar nuestros estudios. Quiero que ella llene la ambición de mi padre por mí, de mi parte.”

Rabi sonríe mientras su esposo habla sobre sus sueños; “Estaré demasiado feliz de que él pueda cumplir su promesa,” asegura. Ella se acurruca a su lado, sus brazos entrelazados y su cuello sobre el de él, mientras se sientan en el colchón gastado que deben de compartir con otras tres personas.

Ellos viven en un pequeño cuarto en un edificio de concreto sin terminar en un campamento para nigerianos desplazados, como ellos. Oza y Rabi usan un lamina de aluminio como puerta. Las paredes no alcanzan el techo y no hay mucha privacidad, esta es una realidad común cuando muchas personas buscan refugio en el mismo lugar.

El campamento alberga cerca de 7.000 personas desplazadas, la mayoría de las cuales vive en los mismos edificios rudimentarios en los que el gobierno había intentado albergar a maestros y funcionarios de Maiduguri, antes que la inseguridad obligará a las escuelas a cerrar (algunas reabrieron sus puertas en el último año y medio) lo cual descarriló los planes de desarrollo.  

Sus vidas están llenas de incertidumbre. Oza solía trabajar con su hermano mayor, transportando mercancías a Maiduguri, Níger y Chad. También tenían una granja. "La mayoría de lo que sé lo aprendí de él", dice de su tiempo juntos. “Estábamos viviendo una buena vida. ¡No! Lo que ganamos ahora no es nada comparado con lo que solíamos obtener".

"No estoy contento con mi vida porque dejé muchas cosas atrás e incluso el trabajo que estoy haciendo ahora no es estable", lamenta Oza. "Estoy haciendo un poco de trabajo como barbero. Y como puedes ver tengo [familia], mi madre, mi hermana y yo por cuidar. El trabajo que estoy haciendo en este campamento no siempre cubre mis necesidades. Ese es el mayor problema que estoy enfrentando. Mi padre no está vivo. Tengo hermanos menores. Soy el mayor ahora. Soy el que se supone que los apoya. Por eso digo que no estoy contento con mi vida ".

Aun así, en cierto modo, sus vidas no son diferentes a las de los jóvenes en otros lugares; sus amigos se amontonan en su habitación pequeña y poco iluminada, decorada con telas de color rosa radiante y un encaje blanco caprichoso, para reunirse alrededor de una computadora portátil para ver películas y "gist", el nigeriano Pidgin inglés para "chatear" o "chismear". Sus risas llenan el pequeño espacio, superando la alegre decoración rosa y las paredes de color amarillo pastel.

También se reúnen para compartir recuerdos. "Nos mantenemos unidos", dice Oza sobre aquellos, como él, que huyeron del mismo pueblo natal y aldeas cercanas.

"Mi recuerdo más feliz de mi hogar [es cuando] muchos conductores se reunían antes de viajar por trabajo", explica de su trabajo conduciendo productos a diferentes lugares. "Cuando comenzamos a cargar nuestros camiones, conversábamos y bebíamos té. Si pienso en esos momentos, me siento muy feliz [como lo hago] cuando también pienso en ese momento. Cultivábamos con la gente de nuestro pueblo. Sólo hay 20 casas en todo nuestro pueblo. Empezábamos a conversar. Nos reuníamos todos juntos. Estaba muy feliz."

En el centro de los recuerdos de Oza se encuentran sus posesiones más preciadas: unas 20 fotos antiguas que tiene de su casa. Fueron salvaguardados en el suéter que se apresuró a agarrar cuando huía, lo único que se llevó de casa esa fatídica mañana. Las fotos fueron una grata sorpresa.

Oza se aferra a las fotos y, especialmente, a su favorito, que lo muestra como un niño de ocho años agazapado entre sus hermanos, primos y sobrinos. "Nada me hará partir de esta foto, solo la muerte o si alguien la roba sin mi conocimiento".

 “Nada me hará partir de esta foto, solo la muerte o si alguien la roba sin mi conocimiento.”

“Honestamente, si veo estas fotos, algunas me hacen sentir mal e infeliz. Y otros me hacen feliz, especialmente aquellas [de personas] cuyas fotos me hacen feliz, como de mí con mis hermanos y hermanas. Me gustan las fotos de mis primos ", dice Oza.

“A veces, me siento feliz cuando miro esas fotos, pero si miro esta, me siento muy triste porque esta foto es de cuando éramos niños. Recuerdo que estábamos jugando afuera ese día cuando mi hermano mayor, que también nos cuidaba y cocinaba para nosotros, pero que ahora está muerto, dijo: 'venga, tomemos una foto, será parte de nuestra historia un día ''. Y que si tenía razón. 

Oza photo

La foto muestra “mis hermanos que se unieron a Boko Haram. Mi hermano mayor que murió, mis hermanos menores y aquellos a quienes Boko Haram asesinó o secuestraron. Todos ellos están en esta foto ", explica, acariciando su foto favorita con la mano derecha.

"Escuchamos que este hermano fue asesinado en un ataque cerca de nuestro pueblo natal", dice, señalando a una de las 25 personas en la foto. La foto de 20 años esta arrugada y descolorida.

Los recuerdos de Oza se mantienen frescos.

"Estos parientes ya han crecido ... y algunos están casados", imagina Oza, acariciando la mejilla de su hermana mayor que sonríe de vuelta desde la foto. "Hasta el día de hoy, nunca la he vuelto a ver. Y ella tampoco sabe dónde estamos ya que nunca nos volvimos a ver. Ella huyó con su marido”, dice.

Cuando Oza huyó con Rabi hace tres años, fue separado de la mayor parte de su familia. Hoy en día, solo conoce el paradero de cinco de las personas fotografiadas. "Es por eso que cuando miro esta foto me siento muy triste. Los otros, a quienes Boko Haram secuestró o asesinó, honestamente, si pienso en ellos, me siento muy triste. Muy triste, no solo un poquito. No estoy feliz porque creo que, si todavía estuvieran por aquí, estaríamos juntos ".

Piensa en sus hermanos mayores, quienes, como tantos jóvenes, fueron presionados a unirse a Boko Haram. "Uno incluso regresó para atacar nuestra aldea", dice Oza, explicando que logró evitar el reclutamiento y, en cambio, se unió al grupo de trabajo civil para proteger al público del grupo. “En verdad, me siento tan mal porque perdí a mis hermanos mayores. Los que estaban tan cerca de mí ... nos amábamos mucho. Me amaron y yo los amé. Lo que sea que necesitara, lo harían por mí, pero todos fueron tomados".

“Porque sé que no nos volveremos a encontrar, trato de calmarme y seguir adelante. Estoy feliz de que Dios me haya mantenido vivo ", afirma Oza una vez más.

Habla de los hermanos menores que sobrevivieron, quienes perdieron a sus hermanos y hermanas por los incesantes secuestros y ataques de Boko Haram en un conflicto de casi nueve años del que casi nadie ha escapado herido de alguna manera, desplazando a más de dos millones de personas en el noreste de Nigeria en su apogeo.

“Para los que quedaron atrás”, los jóvenes sobrevivientes, “actuaré como su padre y los cuidaré. Los protegeré. Dado que nuestros hermanos mayores ya no están vivos, seré como su hermano mayor ", dice Oza, recordando cómo su difunto hermano, el que les pidió que tomen la foto especial de familia, se preocupó por él y por sus hermanos. “Incluso si me siento triste, continuaré apoyándolos, aquellos que son más jóvenes que yo. Los ayudaré a superar esto”.

Y con eso, Oza está construyendo su propio legado en una vida interrumpida.